Las peculiares características de los animales cavernícolas -anoftalmia, despigmentación, estilización- los han hecho atractivos para los naturalistas y los biólogos evolutivos, como ejemplos notablemente claros de convergencia adaptativa. Nacida tarde respecto a otras disciplinas, no es hasta 1907 cuando el biólogo marino rumano Émile Racovitza, con su Essai sur les problèmes biospéléologiques, sitúa la historia natural de los animales de las cuevas en un contexto apropiado y moderno. La visita del barco oceanográfico Roland a las islas Baleares, desde la estación costera Aragó, en Banyuls de la Marenda, es afortunada porque permite que Racovitza explore las cuevas del Drac, en Manacor, descubra el crustáceo que denominó "cirolana ciega de Moragues" Typhlocirolana moraguesi, e inicie en 1905 una labor sistemática de notoria trascendencia y excelente calidad gráfica que desemboca, en 1912, en una revisión impecable e insuperada de esta familia de isópodos. La intelectualidad local que se mostró sensible a estos hallazgos estuvo constituida por sacerdotes como el padre Pujiula, o el oftalmólogo barcelonés Menacho que, curiosamente interesado por la fauna ciega de las cuevas, divulga un supuesto Gammarus caecus en una conferencia efectuada en 1910 en Buenos Aires. Así, entre 1905 y 1911 se efectúan algunos hallazgos bioespelológicos más, pero con poca fortuna para la sistemática del grupo, hasta que quedan corregidos y superados en la obra mencionada de 1912. En definitiva, todo esto hace que el paso de Racovitza por nuestras costas fuese más bien un evento anecdótico que arraigó poco y contribuyó menos a consolidar el darwinismo dentro de la cultura local. Y es una lástima, porque sin duda la inserción del evolucionismo en la cultura es la raíz para comprender y -en consecuencia- preservar honestamente la biodiversidad.
Un siglo más tarde, el impulso general de la bioespeleología parece un poco estancado, y no porque se apague la llama de nuevos hallazgos excitantes, sino por la dimensión que toman las tendencias de investigación, que dejan en el olvido, entre otros, los problemas bioespelológicos. Necesitamos, por lo tanto, argumentar de nuevo. Podríamos especular, por ejemplo, acerca del interés creciente por estudios fisiológicos y genéticos sobre el envejecimiento, que pueden llegar a suponer nuevos hitos de investigación donde los viejos cavernícolas, que decuplican en edad a los que hacen vida en el exterior, pueden aportar algunas claves relevantes. Algunos autores son conscientes de la necesidad de repensar la bioespeleología, como Culver, en EE.UU., que ha medido directamente la fuerza de la selección natural modelando la morfología de los cavernícolas con aproximaciones derivadas de la genética cuantitativa. Por esta razón pensamos que las opciones de investigación de la bioespeleología que imprimen relevancia a los cavernícolas no parecen ni mucho menos agotadas. Además, aunque el debate entre lamarckistas y darwinistas ya es historia, aspectos polémicos equivalentes lo sustituyen en la actualidad.
Véase si no el debate sobre el peso de los procesos ontogénicos y el retraso en la expresión de genes reguladores en la determinación de paquetes de cambios macroevolutivos muy rápidos. Aquí se intuye, también, que los cavernícolas podrían aportar posiblemente notables casos de estudio. Pero debemos ir más allá de los recursos académicos. Es cierto que la labor de arraigamiento en la cultura de la calle tampoco ha sido el plato fuerte de los museos al cuidado del patrimonio bioespeleológico. Tal vez sería un buen golpe de efecto habilitar un espacio temático de biodiversidad espeleológica interactivo en el Museo de la Ciencia de Barcelona.
A parte de los rasgos peculiares que hacen de la fauna cavernícola modelo de estudio para la biología evolutiva, los animales de las cuevas también son ejemplos para la paleobiogeografía y la filogenia: en ambos casos porque en el mundo cavernícola encontramos los escalones perdidos de la evolución y la anagénesis macroevolutiva. Por ejemplo, sólo en los últimos años ochenta y noventa se han descrito numerosas nuevas familias, órdenes y alguna nueva clase de crustáceos, la ultima de las cuales se aproxima al aspecto de algunas criaturas que, de haberse recogido fósiles, las hubiéramos percibido como fantásticas u oníricas, comparables a las espectaculares faunas del precámbrico de Ediacara, divulgadas por Gould. Estos fósiles vivientes son en realidad doblemente fósiles: son fósiles sus áreas de distribución, por ejemplo resiguiendo los márgenes del antiguo mar de Tethys, y son fósiles en tanto que han sufrido una estasis evolutiva que hace que especies cavernícolas de uno y otro lado del Atlántico, sin dispersión activa posible, sean congenéricas y aparentemente casi especies gemelas, pese a la sesentena larga de millones de años que las separan de un supuesto ancestro común.
La fauna cavernícola es un activo importante de biodiversidad del país. En Cataluña representa un porcentaje muy importante del total de endemismos. En Valencia y Baleares la fauna cavernícola es un patrimonio igualmente muy rico. No obstante, sorprendentemente, la ampara una cobertura legal muy escasa. El ejemplo más sorprendente y reciente es el contencioso levantado en torno del llamado Ullal de la Rambla Miravet, en Oropesa de Mar (Castellón), donde habita la única gamba cavernícola del Estado español, la Typhlatya miraventensis, encontrada accidentalmente el año 1996. A raíz de esto, ahora se están encontrando en el lugar especies pertenecientes a géneros descritos por el propio Racovitza y que no habían vuelto a encontrarse desde entonces. Una carretera amenaza la conservación de la zona y habrá que ver próximamente el desenlace de este caso como ejemplo de la manera de proceder en la problemática del patrimonio natural del siglo XXI por parte de un país -el nuestro- miembro de la Unión Europea, que es la gran impulsora de la protección de la biodiversidad. Éste y otros casos, no tan notables, plantean la manera de afrontar la legislación sobre aspectos de la biodiversidad de especies relictuales y funcionalmente extemporáneas, de distribución poco previsible. Cada hallazgo no es tanto un indicio como un hecho aislado e irrepetible. Quizá las leyes que regulan la protección de hallazgos arqueológicos aportarían una lógica más ajustada y serían un ejemplo de reglamento necesario -a parte de urgente- a poner en práctica. Pero también es necesario que obliguen, con posterioridad al hallazgo, a la redacción de medidas suficientes para complementarlas y dotarlas de eficacia real en el ámbito de influencia local.
Joan Pretus, es profesor del departamento de Ecología de la Facultad de Biología de la Universitat de Barcelona.
El artículo apareció en el Boletín de la Institución Catalana de Historia Natural, Nº41. Mayo-Junio 2002.
Es el resumen de una conferencia que dio el mismo Pretus el día 10 de abril
Un siglo más tarde, el impulso general de la bioespeleología parece un poco estancado, y no porque se apague la llama de nuevos hallazgos excitantes, sino por la dimensión que toman las tendencias de investigación, que dejan en el olvido, entre otros, los problemas bioespelológicos. Necesitamos, por lo tanto, argumentar de nuevo. Podríamos especular, por ejemplo, acerca del interés creciente por estudios fisiológicos y genéticos sobre el envejecimiento, que pueden llegar a suponer nuevos hitos de investigación donde los viejos cavernícolas, que decuplican en edad a los que hacen vida en el exterior, pueden aportar algunas claves relevantes. Algunos autores son conscientes de la necesidad de repensar la bioespeleología, como Culver, en EE.UU., que ha medido directamente la fuerza de la selección natural modelando la morfología de los cavernícolas con aproximaciones derivadas de la genética cuantitativa. Por esta razón pensamos que las opciones de investigación de la bioespeleología que imprimen relevancia a los cavernícolas no parecen ni mucho menos agotadas. Además, aunque el debate entre lamarckistas y darwinistas ya es historia, aspectos polémicos equivalentes lo sustituyen en la actualidad.
Véase si no el debate sobre el peso de los procesos ontogénicos y el retraso en la expresión de genes reguladores en la determinación de paquetes de cambios macroevolutivos muy rápidos. Aquí se intuye, también, que los cavernícolas podrían aportar posiblemente notables casos de estudio. Pero debemos ir más allá de los recursos académicos. Es cierto que la labor de arraigamiento en la cultura de la calle tampoco ha sido el plato fuerte de los museos al cuidado del patrimonio bioespeleológico. Tal vez sería un buen golpe de efecto habilitar un espacio temático de biodiversidad espeleológica interactivo en el Museo de la Ciencia de Barcelona.
A parte de los rasgos peculiares que hacen de la fauna cavernícola modelo de estudio para la biología evolutiva, los animales de las cuevas también son ejemplos para la paleobiogeografía y la filogenia: en ambos casos porque en el mundo cavernícola encontramos los escalones perdidos de la evolución y la anagénesis macroevolutiva. Por ejemplo, sólo en los últimos años ochenta y noventa se han descrito numerosas nuevas familias, órdenes y alguna nueva clase de crustáceos, la ultima de las cuales se aproxima al aspecto de algunas criaturas que, de haberse recogido fósiles, las hubiéramos percibido como fantásticas u oníricas, comparables a las espectaculares faunas del precámbrico de Ediacara, divulgadas por Gould. Estos fósiles vivientes son en realidad doblemente fósiles: son fósiles sus áreas de distribución, por ejemplo resiguiendo los márgenes del antiguo mar de Tethys, y son fósiles en tanto que han sufrido una estasis evolutiva que hace que especies cavernícolas de uno y otro lado del Atlántico, sin dispersión activa posible, sean congenéricas y aparentemente casi especies gemelas, pese a la sesentena larga de millones de años que las separan de un supuesto ancestro común.
La fauna cavernícola es un activo importante de biodiversidad del país. En Cataluña representa un porcentaje muy importante del total de endemismos. En Valencia y Baleares la fauna cavernícola es un patrimonio igualmente muy rico. No obstante, sorprendentemente, la ampara una cobertura legal muy escasa. El ejemplo más sorprendente y reciente es el contencioso levantado en torno del llamado Ullal de la Rambla Miravet, en Oropesa de Mar (Castellón), donde habita la única gamba cavernícola del Estado español, la Typhlatya miraventensis, encontrada accidentalmente el año 1996. A raíz de esto, ahora se están encontrando en el lugar especies pertenecientes a géneros descritos por el propio Racovitza y que no habían vuelto a encontrarse desde entonces. Una carretera amenaza la conservación de la zona y habrá que ver próximamente el desenlace de este caso como ejemplo de la manera de proceder en la problemática del patrimonio natural del siglo XXI por parte de un país -el nuestro- miembro de la Unión Europea, que es la gran impulsora de la protección de la biodiversidad. Éste y otros casos, no tan notables, plantean la manera de afrontar la legislación sobre aspectos de la biodiversidad de especies relictuales y funcionalmente extemporáneas, de distribución poco previsible. Cada hallazgo no es tanto un indicio como un hecho aislado e irrepetible. Quizá las leyes que regulan la protección de hallazgos arqueológicos aportarían una lógica más ajustada y serían un ejemplo de reglamento necesario -a parte de urgente- a poner en práctica. Pero también es necesario que obliguen, con posterioridad al hallazgo, a la redacción de medidas suficientes para complementarlas y dotarlas de eficacia real en el ámbito de influencia local.
Joan Pretus, es profesor del departamento de Ecología de la Facultad de Biología de la Universitat de Barcelona.
El artículo apareció en el Boletín de la Institución Catalana de Historia Natural, Nº41. Mayo-Junio 2002.
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